La noche en que la casa del presidente fue un gran salón de cine | Cultura | EL PAÍS
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Hay un rincón en la Ciudad de México donde la gente, en hora pico, no toca el claxon, no se acuerda de la madre del prójimo, no tiene prisa. Algunos cargan tuppers y, muchos otros, recipientes vacíos de yogur que cumplen la misma función. Hacen fila organizadamente. Por una vez en esta ajetreada capital, nadie agudiza el ingenio para saltarse una regla. Esperan horas de pie y sonríen. Les llenan sus artilugios de plástico con ponche caliente para el frío y palomitas. Y quien quiera, puede ir a unos baños instalados para ellos en el lugar de la élite mexicana por excelencia. La que fuera la residencia del presidente de México es esta noche un gran salón de cine. Y ellos unos invitados curiosos a los que les repiten, a cada paso, que están en su casa.
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El pasado 1 de diciembre, el Gobierno mexicano, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, abrió al público la que durante 84 años ha sido la casa oficial de los presidentes mexicanos. Pues, como había anunciado durante su campaña, él no va a vivir en ella y el espacio se convertiría en un centro cultural. Hasta ahora, entrar a alguno de los seis edificios del complejo había sido un privilegio limitado para los expresidentes, sus familias y sus equipos de trabajo. Pero la noche de este jueves unas 3.000 personas se han reunido en lo que ha sido el primer gran evento cultural de este lugar.
\”Hay un paralelismo muy importante entre este acto y la película que vamos a ver. Es abrir un espacio reservado para unas élites y que se proyecte una película que visibiliza a los olvidados de México. Aunque sea sobre los años setenta, todos los que estamos aquí sabemos que esto sigue pasando en la actualidad\”, cuenta desde una de las interminables filas de la entrada, Edgar Avendaño, de 21 años, estudiante de Comunicación. El filme que se proyecta esta noche es Roma, del director Alfonso Cuarón, que trata sobre la infancia del cineasta en una de las colonias (barrios) emblemáticas de la capital y que es un espejo, sobre todo, en el que se reflejan los peores males de México. La pobreza y el clasismo representados en una mujer, la trabajadora del hogar donde creció, una joven indígena de origen mixteco.
Salvador Ortega, de 66 años, carpintero de Iztapalapa (al sureste de la capital) mira por primera vez a los ojos a los soldados que custodian el espacio reservado a los presidentes mexicanos. Reconoce que le ha movido más la curiosidad que el contenido del evento. Se crió junto a las vallas de uno de los lugares más resguardados del país. Su barrio colindaba con la muralla verde que separaba Los Pinos de la capital. Y tras ella, hombres armados, rectos, que le recordaban al transeúnte que a quien protegían no estaba fuera, sino dentro. Ahora Ortega recuerda eso mientras camina por primera vez por estos jardines en la cola para ver la película y señala contento: \”Ahora miro a estos soldados y siento algo diferente. Ya no me dan miedo\”.
El helipuerto presidencial de Los Pinos se ha convertido en un gran cine al aire libre. \”Cinecobija\”, lo han apodado los organizadores de la Secretaría de Cultura. Sobre el césped húmedo y frío han colocado unos petates (esterillas de palma). Y sobre ellos se han ido sentando los miles de invitados. Familias completas abrazadas, con cobijas de sus casas, con una taza de ponche caliente, frente a una pantalla gigante. Hay pocos espacios en esta ciudad tan desigual donde se sienten en un mismo metro cuadrado gente de todas las clases. Unos hipsters de la Roma han traído a sus amigos estadounidenses que pasarán unos días en la capital, los anfitriones han visto la película ya dos veces. Y a su lado, Elizabeth Franco, de 37 años, que viene cargando a su hija de dos años desde Iztapalapa —uno de los barrios más populares—, enrollada en una manta que le cruza el cuello y la espalda. \”Esto, ¿qué va, de la Roma, no?\”, le pregunta a sus vecinos.
Al evento han acudido algunos de los actores y productores de la exitosa película que se estrena este viernes en Netflix. Nicolás Celis, coproductor, anima junto a la actriz protagonista, Yalitza Aparicio, a los presentes a volver a ver esta película siempre de manera colectiva como esta noche: \”Les invitamos a que la proyecten en una sábana, en su sala, en un bar\”. Y Marcelina Bautista, defensora de los derechos de las trabajadoras del hogar señala: \”Roma nos une y nos da una gran lección de cómo actuamos dentro de nuestras casas. Aquí vemos los diferentes Méxicos que vivimos. Ojalá nos lleve a reflexionar qué país queremos\”.
Antes del comienzo de la película, el actor Marco Graf, que da vida al pequeño de los hermanos de la familia de Roma, recitó unos números de un sorteo especial. 35 de los asistentes pudieron ver la película en la exclusiva sala de cine de la residencia Miguel Alemán, donde hasta ahora veían las películas los presidentes de México y sus familias. Un lugar emblemático pues ahí, según cuenta la leyenda entre los cineastas mexicanos, se decidió durante mucho tiempo qué filmes se proyectarían en el país.
Un dron enturbia el exquisito sonido del inicio de la película. \”Fuera el dron\”, grita un grupo de asistentes. Pero el arrullo del agua sobre la baldosa que da comienzo a Roma acaba por calmarlos. De fondo, unas sirenas insisten. La caótica Ciudad de México, su tráfico, sus prisas, su gentío desesperado por regresar a casa después del trabajo, sigue empeñada en seguir su curso. En este rincón, en el metro cuadrado de cada petate convive esta noche una capital muy distinta.
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Hay un rincón en la Ciudad de México donde la gente, en hora pico, no toca el claxon, no se acuerda de la madre del prójimo, no tiene prisa. Algunos cargan tuppers y, muchos otros, recipientes vacíos de yogur que cumplen la misma función. Hacen fila organizadamente. Por una vez en esta ajetreada capital, nadie…
Hay un rincón en la Ciudad de México donde la gente, en hora pico, no toca el claxon, no se acuerda de la madre del prójimo, no tiene prisa. Algunos cargan tuppers y, muchos otros, recipientes vacíos de yogur que cumplen la misma función. Hacen fila organizadamente. Por una vez en esta ajetreada capital, nadie…