Oscars 2019: Oscar 2019: Hollywood se queda con la simpleza de Green Book y castiga a Netflix | Premios Oscar 2019
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La Academia evita premiar a \’Roma\’ a las puertas de hacer Historia
La vulgaridad de la decisión final cuadra a la perfección con una gala soporífera sin presentador y sin ideas
Quizá fue el vértigo. O la estupidez. O la simple ceguera. O el miedo tal vez. El caso es que la Academia optó por negarse la posibilidad de la gloria. Aunque duela, aunque metiera a Hollywood en el más difícil, por inédito, de los atolladeros. Con todos los premios importantes concedidos, se trataba de saber únicamente si se premiaba a la mejor película de año, la obra maestra que marcara la temporada y hasta la década, y si con semejante decisión, a la vez justa y evidente, el cine americano tal como lo hemos conocido hasta ahora se asomaba a su propio abismo; a su futuro que es ya su presente. En efecto, si ganaba Roma, de ella hablamos, no sólo se encumbraba a la primera película en lengua no inglesa en ganar el Oscar mayor, sino que se daba carta de validez a la gran maquinaria puesta en funcionamiento por Netflix. Y aquí, los problemas.
Pues bien, Julia Roberts abrió el sobre y de la boca mejor perfilada de Hollywood salió lo que nunca tendría que haber salido: Green book, que no Roma. Frente al riesgo y la certeza de hacer Historia (con H mayúscula) se elegían las maneras, de puro amables, solamente simples de un relato pensado para los buenos sentimientos. Y para el olvido. De eso trata una película tan perfectamente predecible como fácil. Funcional. Eso es el relato interracial del músico negro Don Shirley (Mahershala Ali) y su chófer italiano (Viggo Mortensen). Todo bien, nada excepcional. Nada más.
La edición 91 de los Oscar podría haber presumido de poner el marcador a cero. De eso y de lanzar al aire varias preguntas de contestación ligeramente impúdica. E incómoda. Las interrogaciones siguen ahí. Pero harían más daño con Roma elevada a paradigma único. ¿Con qué argumento prohibirá Cannes, el festival que determina el patrón oro del cine de autor, a las películas con el sello Netflix como hizo el año pasado? ¿Tendrá sentido seguir obligando a las producciones a tener un estreno comercial en los cines cuando la mayor parte del público (y la propia Academia) parece haber dejado de tener a la sala como referente? ¿Cómo contraatacarán los canales de televisión de Disney y Warner a punto de estrenarse en la parrilla? Y una más: refutados los canales habituales por los que una película adquiere hasta ahora asuntos tales como prestigio o reconocimiento crítico, ¿se encargará un algoritmo de determinar las nominaciones de ahora en adelante? Y si es así, ¿se ocupara ese mismo algoritmo de decidir quién presenta los Oscar de ahora en adelante?
La Academia de Hollywood, un lugar teóricamente para el encuentro, la discusión y hasta la propaganda, decidió el domingo por la noche aplazar la respuesta a tanta pregunta. ¿Llegaremos a ver el cine sin cines? Los nuevos tiempos son así. Contradictorios y algorítmicos.
Y en efecto, perdió la mejor película. Ganó la políticamente más correcta. Triste decisión, pese a todo, para una noche evidentemente triste. Ni siquiera se atrevieron a nombrar a la que, en buena lógica, era la única cinta con capacidad para vencer a Roma: La favorita, de Yorgos Lanthimos. Y así las cosas, para Green book, la más descafeinada propuesta en años, fueron también los premios a mejor guion y mejor actor secundario: el citado Mahershala Alí. En cualquier caso, y esto hace la decisión un poco más vergonzante, la Academia no pudo por menos que reconocer su ligera impudicia y concedió a la cinta mexicana de Netflix tres de los cuatro Oscar a los que aspiraba Cuarón en primera persona: fotografía, director y película en lengua no inglesa.
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Y cumplido el sorprendente desastre, la ceremonia se limitó a dar la razón a cada una de las favoritas. Esa fue la tónica de una noche sólo rota, para mal, al final. Desde que se abriera el primer sobre de actriz de reparto con el nombre de Regina King dentro, todo cumplió con lo establecido. Y con la opción menos rentable en las casas de apuestas. El trabajo de la actriz en El blues de Beale Street, de Barry Jenkins, se antoja impecable y señalado desde su aparición en el festival Toronto como uno de los imprescindibles de la temporada. Lástima de Amy Adams, que ya acumula seis intentos.
Tras ella llegaron los principales. Y ahí que acudieron la inmensa e imperial Olivia Colman, por su trabajo irrefutable en La favorita, y Rami Malek, por el suyo en Bohemian Rhapsody. A la primera le correspondía porque no quedaba otra. Ni Glenn Close con sus siete nominaciones fallidas desde los años 80 pudo con lo obvio. Y al segundo, le tocaba porque sí. Y por la dentadura. Y por el \’playback\’. Mal. Poco que añadir.
Sólo los dos Oscar al guion se salieron ligeramente del guion en el curso cansino de la gala. Nunca un chiste fue tan fácil. El original que parecía destinado para Roma lo consiguió la opción más cristalina, sencilla y discutible también. Es decir, y de nuevo y por seguir haciendo daño, Green book. Y el adaptado fue cosa de Infiltrado en el KKKlan y un Spike Lee tan desatado como justo en cada una de sus siempre excesivas palabras. Duró poco la alegría; una alegría incendiaria y muy racial. Luego siguió la rutina.
Fueron cayendo los Oscar técnicos y cada uno se dirigió, de forma más o menos disciplinada, a su sitio. El maquillaje fue para los excesos de látex (o lo que sea) de El vicio del poder, y casi todos los demás para Black panther, el pastiche de superhéroes subtropical, y para Bohemian Rhapsody, la disparatada película sin autor sobre Queen. Vestuario, diseño de producción y música (Ludwig Göransson) acabaron junto a la fantasía africana de Marvel. Y sonido, la mezcla de sonido y montaje junto al doloroso \’biopic\’ de marras. Las lágrimas de Lady Gaga, como no podía ser de otro modo, se derramaron por la canción original, Shallow, de Ha nacido una estrella. Inconsolable.
Por lo demás, a un lado el terrorífico arranque \’kitsch\’ más propio de una semifinal de la Champions League, lo que quedó claro es que si algunos conservamos todas las dudas sobre la posibilidad de hacer cine sin cines, lo incuestionable es que no se puede hacer una gala sin presentador. Menos, en este caso, es mucho menos todavía. Gustó ese \’triálogo\’ entre Tina Fey, Amy Poehler y Maya Rudolph. Cáusticas, ocurrentes y breves. Y espantó todo lo demás. Número musical tras número musical, aquello hasta dolía. Por triste, sin ideas y tan aburrido como chupar un clavo. Todo se antojó tan rematadamente rígido como feo. Ni los arranques reivindicativos funcionaron. Cursi, repelente y con mucho brillo, que no brillante. O sí, pero no en el sentido que uno espera. Da igual. Ni siquiera duró poco.
Lástima la derrota del cortometraje de Sorogoyen.
Y así las cosas, quedaba la sorpresa y el desastre final. Sin paliativos. Eso sí, y pese a todo, la cuestión Netflix sigue ahí. Aplazar un problema no es solucionarlo. Y así.
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La Academia evita premiar a \’Roma\’ a las puertas de hacer Historia La vulgaridad de la decisión final cuadra a la perfección con una gala soporífera sin presentador y sin ideas Quizá fue el vértigo. O la estupidez. O la simple ceguera. O el miedo tal vez. El caso es que la Academia optó por…
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