Los estilos de aprendizaje – Neurociencia
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Mucho del éxito de la medicina moderna se basa en haber hecho pasar tanto los tratamientos tradicionales como las nuevas ideas por un filtro: la ciencia. La medicina basada en la evidencia ha permitido seleccionar las actuaciones verdaderamente eficaces, no desperdiciar recursos en errores o timos y establecer un proceso real de mejora continua. Algo parecido hace falta en el mundo educativo. La teoría de los estilos de aprendizaje ha tenido un amplio impacto en la enseñanza y se ha aplicado a todos los niveles educativos, desde el jardín de infancia al doctorado universitario. Más del 90% de los estudiantes creen que tienen un estilo de aprendizaje específico, la mayoría de los profesores piensan que deben identificar los de sus alumnos y adaptar sus clases a ellos y hay una boyante industria que publica test para estilos de aprendizaje, guías para el profesor, realiza cursos para docentes y asesora a colegios sobre este concepto.
El término «estilos de aprendizaje» hace referencia a que las personas difieren en la forma de aprender y que hay un manera de estudiar basada en esas diferencias que es más eficaz para cada persona. Los defensores de este concepto consideran que un buen sistema de enseñanza debería hacer un diagnóstico individual de cada estudiante, identificar su estilo de aprendizaje e intentar adecuar la formación a lo que mejor le encaja a cada uno de ellos. Las pruebas para valorar el estilo de aprendizaje preguntan a cada estudiante cómo prefiere que se le presente la información (textos, imágenes, actividades, explicaciones orales,…) y qué tipo de actividad mental encuentra que le engancha más o le hace sentirse más cómodo, por ejemplo ver un documental, escuchar una explicación o resolver problemas.
Una revisión reciente describía ¡71! esquemas de estilos de aprendizaje aunque la mayoría de los estudios se basan en tres grupos: visual, auditivo y cenestésico, lo que se llama el modelo VAK. Usando esta clasificación, un estudiante visual aprende más y mejor, mostrando por ejemplo una mayor retención, cuando la información se le presenta vía imágenes, esquemas o diagramas. Para un aprendiente (palabra horrorosa que aparece en el diccionario de la RAE) auditivo, funcionan bien las clases magistrales, las explicaciones del profesor y las discusiones abiertas, mientras que para un cenestésico lo mejor es la manipulación de objetos, hacer cosas con sus propias manos y el trabajo con el movimiento corporal.
Los distintos estilos de aprendizaje parecen algo evidente, al final somos diferentes y a unos les gusta dibujar y a otros no, a unos les gusta la música y a otros no, unos son hábiles con su cuerpo demostrando agilidad y flexibilidad y otros no. Además, la revisión de la literatura muestra que la mayoría de los niños y los adultos, si se les pregunta, expresan una preferencia de cómo prefieren que se les presente la información. Si a eso le sumas, el deseo de tener éxito en los estudios –a ser posible no dedicando más horas sino porque el profesor modifique sus métodos– y el que todos ansiamos considerarnos únicos, especiales, tenemos todos los ingredientes necesarios para la creación de un mito.
La historia de los estilos de aprendizaje lo tiene todo: un poco de datos iniciales que genera un punto de partida, un sesgo emocional y, finalmente, el deseo de que las cosas sean de una manera determinada. Pero ¿es real?, ¿las preferencias personales se trasladan a los estilos de aprendizaje y eso a la mejora del rendimiento escolar? La verdad es que ha habido muy pocos estudios científicos que comprueben si hay base en esta teoría. Para hacerlo el experimento es sencillo: primero determinamos a qué grupo pertenecen los componentes de una clase y luego presentamos una tarea estandarizada a un grupo para el cual esa forma de presentarles la información sea su modalidad preferida y al mismo tiempo presentamos la misma información a otro grupo de estudiantes, pero en este caso no corresponde a su modalidad de aprendizaje óptima. Finalmente les hacemos el mismo examen a todos.
La hipótesis de trabajo, que existen estilos de aprendizaje diferentes y que eso se refleja en los resultados, se confirmaría si los estudiantes que han recibido la información en su modalidad preferida tienen mejor resultados que los otros. Hasta el momento, la inmensa mayoría de los estudios que han seguido este diseño y que están bien estructurados no han encontrado ninguna diferencia; es decir, no hay una relación entre el supuesto estilo de aprendizaje óptimo y los resultados del aprendizaje. Es un mito.
Aun así, como sucede a menudo con estas teorías que son relativamente fáciles de llevar a cabo, que dan la sensación de hacer cosas modernas y cuyo coste no es excesivo, el mito de los estilos de aprendizaje está ampliamente difundido. Un análisis realizado en el Reino Unido encontró que de 347 escuelas analizadas, dos tercios enseñaban a sus estudiantes según sus estilos de aprendizaje preferidos. Podemos pensar, no pasa nada, si da igual cómo te presenten la información, el que lo hagan de una manera u otra no alterará el resultado final. En principio es cierto pero hay tres riesgos muy reales: el etiquetado de un niño como un tipo de aprendiz puede limitar la imagen que tiene de sí mismo, puede hacer que se implique menos en algunas actividades porque supuestamente «no son para él», puede generar en cierta manera una autocensura. El segundo problema es muy directo y muy real: las escuelas usan herramientas comerciales para determinar los estilos de aprendizaje, mandan a sus profesores a cursillos para aprender a implementarlos y en general dilapidan dinero y tiempo en algo cuya efectividad nunca ha sido demostrada. El tercero es que desanima a los profesores. Un investigador que había estudiado los estilos de aprendizaje viendo la carencia de evidencias de estos sistemas y que explicaba luego a los profesores por qué debían abandonarlos comentaba que no les gustaba lo que oían. «Ponen caras de desilusión. Los maestros han invertido ilusión, tiempo y esfuerzo en esas ideas. Después de eso, pierden interés en la idea de que la ciencia puede ayudar en el aprendizaje y la enseñanza». Y no es así, la ciencia puede ser de gran ayuda en filtrar las teorías pedagógicas, en establecer una Educación basada en la evidencia, en separar el grano de la paja, lo que tiene pruebas bien fundamentadas a su favor y lo que no.
Los científicos colaboramos en cierta manera en dar bombo a los estilos de aprendizaje. En los últimos cinco años, más de 360 artículos han sido publicados mencionando esta idea. Sin embargo, el análisis de estas publicaciones no las deja en muy buen lugar y muchas de ellas están mal diseñadas, les faltan datos o tienen sesgos evidentes. Unos investigadores que han analizado la evidencia científica a favor y en contra de los estilos de aprendizaje concluían «El contraste entre la enorme popularidad de los estilos de aprendizaje y la ausencia de evidencia creíble sobre su utilidad es, en nuestra opinión, llamativa y alarmante». Una psicóloga educacional de la Universidad de California, Santa Bárbara daba una explicación al respecto: «hay grupos de investigadores que todavía creen en esta idea, especialmente las personas que desarrollan cuestionarios y encuestas para clasificar a la gente. Tienen un enorme interés personal».
¿Entonces no hay nada con fundamento científico?
- Sí. Un ejemplo es que aprendemos mejor cuando algo se nos muestra en múltiples modalidades. Es decir, si un profesor está explicando a los niños los animales de la granja, se acordarán mejor si al mismo tiempo que se lo cuenta, les enseña un powerpoint con sus imágenes y hace que alguno imite los sonidos típicos y aún será mejor si vamos a la granja y vemos, escuchamos, olemos y tocamos a los animales.
- Otro dato contundente es que aprendemos mejor cuando la proporción profesor: alumno es menor; es decir, cuando el profesor tiene tiempo para conocer, atender, seguir y estimular a cada uno de sus alumnos. Lo que pasa es que esto es más caro que comprar un método pseudocientífico empaquetado en bonitas cajas.
- El aprendizaje mejora también si los alumnos tienen que explicar ellos mismos los conceptos, si tienen que hacer resúmenes, si hacen exámenes sobre lo que acaban de aprender. Como vemos, nada de alta tecnología, lo que llevamos haciendo unos cuantos cientos de años.
- Otro cambio muy sencillo y normalmente muy barato y que se ha visto que mejora de forma contundente el aprendizaje de todos es reducir los niveles de ruido en clase. Ni más ni menos.
- También es cierto que hay materias que se explican mejor de forma visual o verbal o por una combinación de ambas. Pero eso no implica que la instrucción óptima de un tema deba variar entre los estudiantes de una clase.
- Finalmente, otra cosa es que sí tenemos aptitudes preferentes, hay niños hábiles con las manos o con una capacidad de observación muy detallada. Lo curioso es que estas habilidades o aptitudes no parecen tener relación con las preferencias de aprendizaje.
Un tema de discusión es hasta que punto es bueno hacer clases a medida. Todos sabemos que una clase es un grupo heterogéneo y a menudo nos preocupa que las clases deben establecer un nivel medio donde a algunos se les puede quedar la talla grande y a otros muy pequeña. Las nuevas tecnologías pueden ser una ayuda significativa pues permiten que determinadas actividades se ajusten al ritmo del estudiante y, en realidad, consigamos tener una enseñanza personalizada.
El Centro de Neurociencia Educacional del University College de London concluía al tratar sobre los estilos de aprendizaje: «la base en este momento es que, por mucho que la idea sea plausible intuitivamente, no hay buenas evidencias que validen el medir o basarse en los estilos de aprendizaje en los colegios. ¿El veredicto? Es un mito». ¿Qué le dije?
Para leer más:
- Scudellari M (2015) The science myths that will not die. Nature 528: 322–325.
Dos videos al respecto:
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Mucho del éxito de la medicina moderna se basa en haber hecho pasar tanto los tratamientos tradicionales como las nuevas ideas por un filtro: la ciencia. La medicina basada en la evidencia ha permitido seleccionar las actuaciones verdaderamente eficaces, no desperdiciar recursos en errores o timos y establecer un proceso real de mejora continua. Algo…
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